martes, 9 de abril de 2013

La Hora de la Alarma


              Un día de estos, al despertar, después de apagar la alarma del celular y revisar el Facebook, me enteraré que la tercera guerra mundial ha comenzado en tan sólo una noche, que EE.UU atacó a Corea del Norte, y que éste a su vez ha respondido con ataques a blancos norteamericanos en todo el Continente Asiático y sobre todo en Corea del Sur; que Japón —que fue alcanzado por los misiles coreanos— entrará a la guerra y querrá matar a muchos norcoreanos, pero se topará con que China y Rusia se han aliado con al país comunista, entonces éste se aliará con EE.UU, Corea del Sur y (probablemente) con la OTAN; que Irán y Siria, aprovechando que el Gigante Norteamericano está ocupado en la Península Coreana, atacó fuertemente a Israel; que Israel es fuerte y se defendió sin problemas; que el resto de países árabes se unieron a Siria e Irán; que Israel piensa usar sus 200 bombas nucleares clandestinas (no declaradas a la ONU) para arrasar con todo el Medio Oriente y parte del África; que Argentina aprovechó la ocasión para recuperar, por la fuerza, las Islas Malvinas; que Chile traicionó —una vez más— a Sudamérica y apoyó los intereses coloniales de Inglaterra; que aquello molestó tanto a la Argentina que declaró la guerra a la franja traidora; que Bolivia no desaprovechó la oportunidad para pelear por su salida al mar; que Perú se cobró una vieja revancha y degolló sin compasión a muchos chilenos; que Ecuador apoyó a Chile y le declaró la guerra al Perú; y que Colombia y Venezuela —para no desentonar con el resto del mundo— entrarán en guerra también.
                Luego de pensar un poco en esas apocalípticas noticias —estando consciente de que, en pocos días, el mundo será golpeado por tantas bombas atómicas que simplemente nos extinguiremos—, bostezaré, dejaré el móvil a un costado de la cama, me cubriré nuevamente con la frazada, y mientras me volteo, para seguir durmiendo, murmuraré: a la mierda con todo, es las 5 de la madrugada.
               Creo que es necesario que cambie la hora de mi alarma si quiero reaccionar como debería (si ese fuese el caso).

                                                                                      J. Edgar

lunes, 8 de abril de 2013

El Resto de mi Vida


            Yo nací un Jueves 04 de febrero de 1988 a las 9:25 de la noche, de un año con 366 días. Eso quiere decir que hasta el día de hoy han pasado 7 años bisiestos, 18 años normales y 63 días (siendo hoy Lunes, 08 de abril de 2013). Así que, haciendo cálculos, acabo de cumplí mi día número 9’195. De los cuales se desprenden algunas curiosidades:

1) Sacando un promedio de 8 horas diarias, he dormido hasta ahora 73’560 horas; equivalentes a 8 años 4 meses y 23 días.
2) El lunes 22 de Junio de 2015, a las 9:25 pm, habré cumplido 10’000 días.
3) Faltan exactamente 19’288 horas (siendo en este momento la 1:25 pm) para cumplir 9999 días; y que me ponga a pensar en cómo ha transcurrido —siendo optimistas— una tercera parte de mi vida: los aciertos y desaciertos, los errores aleccionadores y los errores necios, los libros que he leído y los que me faltan leer, los logros y los fracasos, etc.
4) Tomando en cuenta lo anterior, y si de ahora en adelante duermo 6 horas solamente —que es lo mínimo que una persona necesita para recuperar energías—, entonces me quedará un total de 14’472 horas (603 días) despierto, para revertir aquello que me pueda desagradar el día de mi juicio personal, en mi “cumpledías” numero 9999. A la mañana siguiente no tendré tiempo, estaré chupando hasta morir. Y ahora que lo pienso, la idea de morirme —literalmente— en el día 10’000 después de mi nacimiento, me divierte un poco por la ironía. Pero no, sólo moriré figurativamente: hasta que me “achique” el perro. Tomaré por el puro gusto de saber qué día es aquel.
5) Cuando tenga 57 años, un sábado 14 de febrero de 2045 (Día se San Valentín), a las 5:25 de la mañana, habré cumplido medio millón de horas con vida, o 30 millones de minutos.

Qué raro es darle vueltas a los números de la vida.
Un pensamiento —que hasta hoy había podido esquivar, con cualquier jerigonza mental, por un instinto de conservación— ha dominado mi mente y la ha transformado de una manera increíble. Me adentré, me perdí, floté entre un confuso vaivén de pensamientos existenciales y, en todo ese ensimismamiento, no encontré sino el sabor agridulce de la absoluta certeza de que he adquirido plena consciencia del carácter más intrínseco de la vida: la muerte.
Ahora que puedo ver mi vida con los anteojos de mi futura inexistencia, cobra nuevo sentido aquella frase que en mi juventud había escuchado tantas veces, y que tantas veces creí haber comprendido, sin darme cuenta que sólo el tiempo me habría de revelar sus secretos: Hoy es el primer día del resto de tu vida.
                                                                                                                         
                                                                                              J. Edgar